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Tom Waits, Orphans; Brawlers, Bawlers & Bastards

Algunos artistas cuando alcanzan cierta edad, cuando han demostrado en años de corredores de fondo ser fieles a ciertos parámetros y mantenido una regularidad inusual en las carreras largas, consiguen situarse en un lugar especial, como entre el bien y el mal, un lugar desde el que ya no puedes juzgar sus discos como discos normales, ni buenos ni malos, no puedes comparar sus obras con las del resto de su tiempo: estas obras sólo encuentran parangón dentro de la discografía del propio artista y responden a unos cánones particulares e inamovibes. Comienza a sucederle a Dylan con retraso, quizá tan sólo desde el impecable Time out of mind, y le sucede sin duda a Tom Waits desde el ya lejano Swordfishtrombones.





Por eso este triple disco Orphans debe entenderse como un ladrillo más en el inmenso edificio que es ya la obra de Waits, esa especie de monumento a lo excéntrico y lo peculiar, un punto más en su particular teoría de la instrumentación y en su intento de aniquilar vías compositivas tradicionales. Y es una piedra en la que por primera vez este vagabundo, especializado en reinventarse a sí mismo en cada disco y sorprender a sus oyentes, parece mirar atrás.

Pero es al contextualizarlo junto al resto de la obra de Waits cuando Orphans puede desconcertar a más de uno, sobre todo en un primer vistazo: lo que en un principio parecía que sería un recopilatorio de rarezas, caras b, inéditos, etc, se ha convertido en un disco triple con un ingente número de canciones nuevas, mezcladas con otras ya conocidas e incluso publicadas en los últimos diez años (Down there by the train, compuesta por Waits y grabada por tito Cash en sus American recordings, The Return of Jackie & Judy, etc). Sorprende, digo, que en un músico como Waits que en los últimos veinte años ha cultivado como pocos el concepto de L.P, trabajando siempre la unidad conceptual de cada album y queriendo dar un sentido global a cada uno de sus discos, aparezca ahora con este triple irregular en su concepción, bastardo que no es ni disco nuevo ni recopilatorio.




Y sin embargo, una vez puesto el cd en el reproductor, la música empieza a sonar y todo encaja; una vez más todo encaja. Parece como si Waits, al mirar por primera vez atrás y enfrentarse a esas canciones que no cupieron en ninguno de sus discos (y todos sabemos lo que el concepto de deshecho significa para su obra), haya sentido la necesidad de realizar un ejercicio de estilo, de recopilar todas las armas adquiridas durante décadas de búsqueda y experimentación constante y usarlas por gusto y placer, tratar las canciones en sí mismas, grabar por el simple placer de grabar sin necesidad de coartadas conceptuales, versionar sin pudor a clásicos personales (ahí están Leadbelly y Sinatra, pero también los Ramones), mostrándonos la cocina donde se cuece su universo y ofreciéndonos como resultado final su particular The Basement Tapes.



La propia división de las canciones en tres cds corresponde también a la voluntad de reflexionar sobre su obra y distinguir las tres vertientes musicales que, según él, ha seguido todo este tiempo:

Brawlers es la muestra de su particular revisión de la música americana, esa deconstrucción de blues, jazz, country y rock a través de su concepto de instrumentación experimental inspirado en Harry Partch y de su inconfundible técnica vocal, encargada de retorcer la canción hasta el infinito (algo así como meter a Screamin' Jay Hawkins en la lavadora). Es el disco más movido y roquero y también el más denso y variado, con protagonismo especial de la guitarra de Marc Ribot y de la sección rítmica de Seth Ford Young, Larry Taylor y su hijo, Casey Waits. Todo cabe en este festival caníbal de estilos y deshechos: encontramos de principio la alucinante Lie To Me, una especie de boggie narcótico con ecos de la que, según ha confesado, es su canción favorita de los Rolling, I just want to see his face; rock de garaje (a su manera, claro) como LowDown o la versión de los Ramones The Return of Jackie and Judy; blues surrealista en Ain’t goin’ down to the well (inolvidable el momento en que grita ‘i’m a good believer’ mientras su voz se distorsiona como si cantara desde el fondo de un pantano); recuperación de los hallazgos hiphoperos de Real Gone en Lucinda; incluso una incursión en la canción política en Road to peace, compuesta a propósito de, oh sí, la guerra de Irak.

Bawlers, por su parte, responde a su admirable lado baladístico y delata al romántico empedernido que nunca ha dejado de ser. Canciones lentas de piano-bar sobre perdedores y marginales, historias con sabor a alcohol y humo de tabaco que podrían ser banda sonora de una peli de los años cuarenta y que encuentran en su voz rasgada (siempre ha estado ahí, el fantasma de Louis Armstrong) la mejor expresión posible. Esta vertiente jazzera, como de crooner acabado, fue la que le dio fama en la primera etapa de su carrera, allá en los años setenta, y a la que posteriormente ha añadido influencias de música tabernera irlandesa (como en la fantástica Widow’s Growe), demostrando que la profunda inmersión en los estilos populares norteamericanos acaba conduciendo a la música europea.


Bastards, finalmente, muestra su labor musical más periférica, la que comunica con sus otras dos pasiones: el cine y el teatro, y también la más abiertamente experimental. Nos encontramos de esta forma con largos spoken words que son en verdad auténticos relatos recitados, en los que él hace de oscuro narrador, y con excéntricas versiones de bandas sonoras. Para los que no tenemos un nivel de inglés alto es difícil disfrutar de este disco, aunque merece la pena sólo por la escuchar la versión caníbal que se marca de Heigh Ho (la canción de los enanitos de Blancanieves).





En definitiva, disco irregular en su concepción pero nunca en su finalización, donde este viejo vagabundo acaba ganando como siempre, guardándose las mejores cartas cuando sus contrarios ya pensaban que sólo le quedaban faroles. Tras mirar atrás, la creatividad se desata y una inmejorable avalancha de canciones es el resultado: canciones que parecen, como siempre, escupidas con sangre, que vienen a hablarnos del dolor de la vida, pero también de otra vida diferente, posible.

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Ale, un ladrillo de esos que tanto os gustan.

Un ladrillo de caramelo. Para los que disfrutan de la música, para los que disfrutan con Tom Waits, esta crítica supone, no sólo una perfecta interpretación (o radiografía) de su último disco, sino también un recordatorio de lo que la obra de Waits nos ha dado, nos sigue dando y nos dará al alma. Y para los que no conocen a este músico de mirada triste, este "ladrillo" debería ser el principio de una bonita historia de amor. Os gustará enredaros con el gran Tommy.
De aquí a la luna.

Gracias, Marta.

Por si alguien duda de tu objetividad en http://www.blogissimo.es (donde, por cierto, podéis votar este blog aunque no sé muy bien para qué) el webmaster ha dejado un comentario felicitándome por este artículo en concreto y por el blog en general ¡viva!.

Pd. Ya he leído muchas críticas de Orphans mejores que la mía, pero a nadie se le ha ocurrido la comparación con las Basement tapes de Dylan, que a mí cada día me parece más acertada.

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