miércoles, noviembre 29, 2006

Tom Waits, Orphans; Brawlers, Bawlers & Bastards

Algunos artistas cuando alcanzan cierta edad, cuando han demostrado en años de corredores de fondo ser fieles a ciertos parámetros y mantenido una regularidad inusual en las carreras largas, consiguen situarse en un lugar especial, como entre el bien y el mal, un lugar desde el que ya no puedes juzgar sus discos como discos normales, ni buenos ni malos, no puedes comparar sus obras con las del resto de su tiempo: estas obras sólo encuentran parangón dentro de la discografía del propio artista y responden a unos cánones particulares e inamovibes. Comienza a sucederle a Dylan con retraso, quizá tan sólo desde el impecable Time out of mind, y le sucede sin duda a Tom Waits desde el ya lejano Swordfishtrombones.





Por eso este triple disco Orphans debe entenderse como un ladrillo más en el inmenso edificio que es ya la obra de Waits, esa especie de monumento a lo excéntrico y lo peculiar, un punto más en su particular teoría de la instrumentación y en su intento de aniquilar vías compositivas tradicionales. Y es una piedra en la que por primera vez este vagabundo, especializado en reinventarse a sí mismo en cada disco y sorprender a sus oyentes, parece mirar atrás.

Pero es al contextualizarlo junto al resto de la obra de Waits cuando Orphans puede desconcertar a más de uno, sobre todo en un primer vistazo: lo que en un principio parecía que sería un recopilatorio de rarezas, caras b, inéditos, etc, se ha convertido en un disco triple con un ingente número de canciones nuevas, mezcladas con otras ya conocidas e incluso publicadas en los últimos diez años (Down there by the train, compuesta por Waits y grabada por tito Cash en sus American recordings, The Return of Jackie & Judy, etc). Sorprende, digo, que en un músico como Waits que en los últimos veinte años ha cultivado como pocos el concepto de L.P, trabajando siempre la unidad conceptual de cada album y queriendo dar un sentido global a cada uno de sus discos, aparezca ahora con este triple irregular en su concepción, bastardo que no es ni disco nuevo ni recopilatorio.




Y sin embargo, una vez puesto el cd en el reproductor, la música empieza a sonar y todo encaja; una vez más todo encaja. Parece como si Waits, al mirar por primera vez atrás y enfrentarse a esas canciones que no cupieron en ninguno de sus discos (y todos sabemos lo que el concepto de deshecho significa para su obra), haya sentido la necesidad de realizar un ejercicio de estilo, de recopilar todas las armas adquiridas durante décadas de búsqueda y experimentación constante y usarlas por gusto y placer, tratar las canciones en sí mismas, grabar por el simple placer de grabar sin necesidad de coartadas conceptuales, versionar sin pudor a clásicos personales (ahí están Leadbelly y Sinatra, pero también los Ramones), mostrándonos la cocina donde se cuece su universo y ofreciéndonos como resultado final su particular The Basement Tapes.



La propia división de las canciones en tres cds corresponde también a la voluntad de reflexionar sobre su obra y distinguir las tres vertientes musicales que, según él, ha seguido todo este tiempo:

Brawlers es la muestra de su particular revisión de la música americana, esa deconstrucción de blues, jazz, country y rock a través de su concepto de instrumentación experimental inspirado en Harry Partch y de su inconfundible técnica vocal, encargada de retorcer la canción hasta el infinito (algo así como meter a Screamin' Jay Hawkins en la lavadora). Es el disco más movido y roquero y también el más denso y variado, con protagonismo especial de la guitarra de Marc Ribot y de la sección rítmica de Seth Ford Young, Larry Taylor y su hijo, Casey Waits. Todo cabe en este festival caníbal de estilos y deshechos: encontramos de principio la alucinante Lie To Me, una especie de boggie narcótico con ecos de la que, según ha confesado, es su canción favorita de los Rolling, I just want to see his face; rock de garaje (a su manera, claro) como LowDown o la versión de los Ramones The Return of Jackie and Judy; blues surrealista en Ain’t goin’ down to the well (inolvidable el momento en que grita ‘i’m a good believer’ mientras su voz se distorsiona como si cantara desde el fondo de un pantano); recuperación de los hallazgos hiphoperos de Real Gone en Lucinda; incluso una incursión en la canción política en Road to peace, compuesta a propósito de, oh sí, la guerra de Irak.

Bawlers, por su parte, responde a su admirable lado baladístico y delata al romántico empedernido que nunca ha dejado de ser. Canciones lentas de piano-bar sobre perdedores y marginales, historias con sabor a alcohol y humo de tabaco que podrían ser banda sonora de una peli de los años cuarenta y que encuentran en su voz rasgada (siempre ha estado ahí, el fantasma de Louis Armstrong) la mejor expresión posible. Esta vertiente jazzera, como de crooner acabado, fue la que le dio fama en la primera etapa de su carrera, allá en los años setenta, y a la que posteriormente ha añadido influencias de música tabernera irlandesa (como en la fantástica Widow’s Growe), demostrando que la profunda inmersión en los estilos populares norteamericanos acaba conduciendo a la música europea.


Bastards, finalmente, muestra su labor musical más periférica, la que comunica con sus otras dos pasiones: el cine y el teatro, y también la más abiertamente experimental. Nos encontramos de esta forma con largos spoken words que son en verdad auténticos relatos recitados, en los que él hace de oscuro narrador, y con excéntricas versiones de bandas sonoras. Para los que no tenemos un nivel de inglés alto es difícil disfrutar de este disco, aunque merece la pena sólo por la escuchar la versión caníbal que se marca de Heigh Ho (la canción de los enanitos de Blancanieves).





En definitiva, disco irregular en su concepción pero nunca en su finalización, donde este viejo vagabundo acaba ganando como siempre, guardándose las mejores cartas cuando sus contrarios ya pensaban que sólo le quedaban faroles. Tras mirar atrás, la creatividad se desata y una inmejorable avalancha de canciones es el resultado: canciones que parecen, como siempre, escupidas con sangre, que vienen a hablarnos del dolor de la vida, pero también de otra vida diferente, posible.

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miércoles, noviembre 22, 2006

Estúpida soberbia

El mundo blogger, igual que el de la poesía, es un mundo incestuoso y egoísta. Incestuoso porque los únicos que leen blogs son los que ya tienen su propio blog. Egoísta porque el único motivo para leer otros blogs y dejar comentarios es hacer que otros lean tu blog y dejen comentarios.

Incestuoso, hemofílico.

(Exactamente igual que los poetas de pueblo, es decir el 90% de los poetas, que sólo leen las publicaciones de otros poetas para pensar “qué malos son, yo escribo mejor” y además leen pero nunca compran el libro, lo sacan de las bibliotecas o lo leen en los grandes almacenes, no vaya a ser que venda más de cien ejemplares otro poeta, el rival, el enemigo).

Yo pensaba que estaba libre de toda esa mierda, porque mi blog es un blog familiar que sólo leéis unos pocos amigos y porque yo no suelo comentar en otros blogs (aunque sí leo bastantes) a no ser que conozca al autor y éste sepa que no soy sospechoso de estar haciendo spam.




Sin embargo, ay, envidiaba el glamour de otros blogs, el sentimiento de ser el más popular de la clase con una de esas webs que tienen más de mil visitas al día. Con mis modestas veinte visitas diarias (que en realidad son menos) no me va a citar Elvira Lindo en su columna de El País, ni me invitarán a fiestas con cocaína, top models y música ‘dramanbás.’


En esas estaba yo deprimiéndome cuando vino el amigo google en mi ayuda. De vez en cuando me dedico a poner mi nombre en el buscador a ver si salgo, etc (esto lo hace todo el mundo, no me digáis que no), cuando ¡sorpresa! ¡Sí que salgo! Puede ser una tontería sentirse así, pero seguro que alguien importante ha dicho: si no sales en el google es que no existes. Yo sí existo:

Poniendo el nombre del blog, sentado en un corn-flake, soy la primera entrada. Esto es normal y no tiene mucho mérito pero, vaya, hace un mes no estaba.

Poniendo simplemente corn-flake soy la tercera entrada. Esto tiene más mérito porque tengo que competir con unos cereales de desayuno y con una canción de los Beatles. Pero estoy ahí, en la primera página.

Ahora viene el bueno: poniendo el lema del blog, es decir: Este camino nadie ya lo recorre salvo el crepúsculo salgo otra vez el primero. Esa frase es un haiku de Matsuo Basho, probablemente el mejor poeta chino de la historia junto a Li Po, que fue traducido por Octavio Paz y utilizado varias veces por Julio Cortázar, que lo tomó casi como un lema personal. Estar por delante de estos señores tan importantes para mí me da, como poco, cosquillas en la barriga.



El Google, el buscador más chachipiruli del mundo, utilizado por tropeliones de personas diariamente, y yo allí, el primerísimo y usurpando su posición a un milenario poeta chino. El camino de la fama y el glamour ha sido iniciado.

Estoy incluso pensando en inscribirme en el concurso de los mejores blogs de 20 minutos, que igual hasta me dan un premio por esta idiotez de post.


(Por favor no me toméis en serio. No hoy al menos)

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lunes, noviembre 06, 2006



Últimamente tengo muchas ganas de hacer fotos, aunque siempre he sido un torpe fotógrafo. Quiero hacer fotos porque creo que a través del objetivo de una cámara es más fácil ver las cosas de otra manera: viendo un trozo de mundo quieto por una vez y encerrado en unas dimensiones más bien pequeñas es más fácil percibir todos sus componentes, esas cosas que en nuestra vida de occidentales nos empeñamos en separar y etiquetar para que no se nos confundan.

La fotografía testimonial me aburre, es un canto a lo binario: Tú y Yo… todo son extremos. Prefiero una fotografía que vaya más allá de las figuras y muestre el mundo como un todo vivo que fluye.

(Miramos las olas romper contra la costa y pensamos que cada ola es un ente separado: una ola, dos olas, tres olas… cuando en realidad cada una no es sino parte de algo mucho mayor, del mar que es siempre el mismo; el mismo agua, la misma ola volviendo una y otra vez contra las rocas.

Dos boxeadores que se enfrentan en un ring podrían ser también como dos olas, dos partes de la misma cosa chocando por el caprichoso fluir del tiempo).

No quiero echarme una foto con ese árbol, quiero echarme una foto SIENDO ese árbol.

Ya ponemos suficientes nombres al hablar,

quiero mirar al mundo con otras gafas.

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miércoles, noviembre 01, 2006

CACHE-TOI, OBJET

Un bucle

Calamaro

Vuelve (siempre está regresando) Calamaro. Esta vez con un disco supuestamente “normal”, se acabó el torbellino Honestidad Brutal/El Salmón/Deep Camboya, se acabaron también los “caprichos” tangueros. El Palacio de las Flores promete ser el disco que se esperaba de él justo después del aclamado Alta Suciedad, es decir un disco de rock limpio, bonito, con una producción trabajada y una escrupulosa selección de los temas. Mucha gente se alegrará de esto. Yo echaré de menos al insomne alucinado que se creía Dylan en Clonazepán y circo o Son las nueve. Echaré de menos esa concepción de la música como una necesidad vital, esa urgencia al grabar y publicar canciones como esbozos, simulando el diario de una existencia caótica y depresiva donde sólo cantar tenía sentido. Echaré de menos eso y sin embargo estoy convencido de que continuar esa senda hubiera sido un error, de que volviendo a grabar música de una forma más o menos estándar (volviendo a encasillarse en cierto modo, sí, pero huyendo también del pasado), Calamaro está eligiendo de nuevo el camino correcto. El camino del salmón, ya sabemos.

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