Lonely Sea
Decía Borges: "La música, los estados de la felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético."
Según esto, el hecho estético existe y está más allá del arte, más allá incluso del hombre: podría estar en la contemplación de un paisaje al atardecer o en la pereza de un gato junto al fuego. Su magia reside en aparentar ser símbolos de algo que no acabamos de comprender, en querer decir pero no terminar nunca de hacerlo.
En el excelente libro Bendita Locura. La tormentosa epopeya de Brian Wilson y los Beach Boys de José Ángel González Balsa (quizá el mejor libro sobre un grupo de rock que se ha escrito en castellano) he encontrado un episodio que podría ilustrar esto: durante las sesiones de grabación del disco Surfin’ U.S.A. a Brian se le ocurrió la idea de introducir el sonido real de las olas en la balada Lonely Sea. Para ello bajó junto a Gary Usher una madrugada a la playa, armados con una vieja grabadora Wollensak y una extensión de cable de treinta metros. “Tocaron muchas puertas para encontrar a alguien que les permitiese conectar el cable a un enchufe.” Después, se sentaron en la arena a esperar que el sonido de las olas fuese “correcto” según Brian. Gary se desesperaba porque no entendía cómo el sonido del mar podía sonar correcto o incorrecto. “Esto no es música, es locura”, decía. Pero de repente llega el momento mágico, Brian grita ésta, ésta es la toma buena, y Gary entiende. Ambos guardan silencio y escuchan el sonido correcto del mar solitario.
Diríamos entonces que el artista no es el que crea la belleza, sino el que la encuentra en lugares donde nadie más es capaz de verla. Y simplemente la transmite.
Según esto, el hecho estético existe y está más allá del arte, más allá incluso del hombre: podría estar en la contemplación de un paisaje al atardecer o en la pereza de un gato junto al fuego. Su magia reside en aparentar ser símbolos de algo que no acabamos de comprender, en querer decir pero no terminar nunca de hacerlo.
En el excelente libro Bendita Locura. La tormentosa epopeya de Brian Wilson y los Beach Boys de José Ángel González Balsa (quizá el mejor libro sobre un grupo de rock que se ha escrito en castellano) he encontrado un episodio que podría ilustrar esto: durante las sesiones de grabación del disco Surfin’ U.S.A. a Brian se le ocurrió la idea de introducir el sonido real de las olas en la balada Lonely Sea. Para ello bajó junto a Gary Usher una madrugada a la playa, armados con una vieja grabadora Wollensak y una extensión de cable de treinta metros. “Tocaron muchas puertas para encontrar a alguien que les permitiese conectar el cable a un enchufe.” Después, se sentaron en la arena a esperar que el sonido de las olas fuese “correcto” según Brian. Gary se desesperaba porque no entendía cómo el sonido del mar podía sonar correcto o incorrecto. “Esto no es música, es locura”, decía. Pero de repente llega el momento mágico, Brian grita ésta, ésta es la toma buena, y Gary entiende. Ambos guardan silencio y escuchan el sonido correcto del mar solitario.
Diríamos entonces que el artista no es el que crea la belleza, sino el que la encuentra en lugares donde nadie más es capaz de verla. Y simplemente la transmite.
Etiquetas: libros, música, reflexiones inviables
Es muy curioso lo que cuentas en esta entrada, conocía algunas peripecias de Brian Wilson, pero no esta. Leyéndote se me ha venido a la cabeza lo que P.J. Harvey hizo en su álbum "uh huh her", metió el ruido de unas golondrinas que volaban cerca de donde grabó el disco, dice que las escuchaba constantemente y que por eso abrió la ventana y sacó el micro. Otra artista.
Posted by Anónimo | 21/9/07 19:20