viernes, octubre 13, 2006

Ciudades palimpsesto



Ciudades que no existen, ciudades que están vacías como una pompa de jabón o una metáfora. Ciudades que son tantas y tantas palabras, tantas películas, tantos cuadros y quizá alguna postal. Ciudades creadas por el sueño de otros y a las que la gente viaja para vivir en el sueño de otros. No hablo de turismo, hablo de hacer las maletas y marcharse a un lugar real queriendo convertirse en un personaje de ficción.

París, ciudad creada con palabras escritas sobre otras palabras, ciudad literatura. Insostenible sin sus escritores, sin los mil poemas que han dibujado sus esquinas o los pintores que han dado nombre a sus calles. Por eso los franceses no saben vivir en París, porque para ellos siempre ha estado allí, creen que el Pont des arts existía antes de Les Éditions de minuit o de la Maga, creen que Hemingway no construyó la Rue Mouffetard. Han nacido allí, no hacen peregrinación buscando ese sueño. Por eso París pertenece a los extranjeros, a los peregrinos. (Hubo una época en que yo paseé por allí, pasaba los días muertos andando por París como quien relee un libro sin seguir su orden natural, saltando de una calle a otra como si fueran los capítulos de una gran novela).

Una esquina de Nueva York en la que Bogart enciende un cigarrillo nada más bajar del taxi en Más dura será la caída. Peter Parker dejando caer una rosa desde el puente de Brooklin en memoria de su novia muerta. Woody Allen y Diane Keaton enamorándose por enésima vez delante del mismo puente…


Los Ángeles en las novelas de Raymond Chandler.

Oxford en Todas las almas.

Nueva Orleáns en los discos del Professor Longhair.

El Missisipi en Exile on Main st (grabado a miles de kilómetros).

El Mississipi en Mark Twain.

El sur de Francia visto a través de tus ojos

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jueves, octubre 12, 2006

Bande à part

Esta escena de Bande à part de Godard me hace feliz:




La canción, obviamente, no es la que suena en la peli original, es de un grupo actual llamado Nouvelle vague.

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martes, octubre 03, 2006

Contra mi horóscopo

Para poner en orden una vida hay que empezar poniendo orden en una cabeza. Me lo dijo mi horóscopo hace tiempo y desde entonces he puesto todo mi empeño en hacer justamente lo contrario.

Llevo varios días viviendo dentro de Blood on the tracks y hoy estoy dispuesto a proclamarlo mejor disco de la historia mundial. Motivos personales, quizá, lo cierto es que es el disco perfecto para escuchar cuando todo se ha acabado y estás solo, solito.



Estoy leyendo El libro de las ilusiones de Paul Auster antes de que estrenen la peli. Sólo llevo unas cien páginas pero ya puedo decir que me está gustando mucho… Me da vergüenza reconocer que me alejé de este libro (yo que siempre he sido defensor de Auster) por las malas críticas que recibió en España. Ya va siendo hora de que los principales periódicos se den cuenta de que los responsables de sus suplementos y secciones literarias tienen una media de edad de ciento diez años y unos cánones estéticos dignos de Menéndez Pelayo. Aprovecho para decir que Cela no está ni entre los mil mejores escritores del siglo XX y proponer que se le quite el Nobel post-mortem.

Hablando de críticos y tal, este fin de semana estuve en Francia y me he traído unas cuantas revistas musicales y, o me traje las revistas equivocadas, o el nivel de la prensa musical de allí es infinitamente inferior a la de aquí (y mira que lo de España no es para presumir precisamente). Incluso la mítica Les Inrockuptibles, a la cual fui adicto en mi etapa parisina, ya no es una revista de música sino “de tendencias”. Eso no sería malo sino fuese porque son tremendamente pretenciosos: ¿Os imagináis a El País de las Tentaciones entrevistando a Derrida? Pues eso.

El título del disco compartido de Bunbury & Vegas, El tiempo de las cerezas, viene, supongo, de la vieja canción francesa Le temps des cerises. Me he puesto a escuchar la versión de Yves Montand y, joder, estoy casi llorando. Qué inolvidable también el capítulo de Rayuela en que la clocharde canta un amanecer junto al Sena: Quand il reviendra, le temps des cérises. Ciertas cosas deberían ser sagradas para que Bunbury no viniese a joderlas.

Estoy pensando escribir un libro de poesía épica titulado Muerto flotando en una piscina. Será algo así como El cementerio marino de Válery contra El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder. Tedrá unas seiscientas páginas por lo menos y estará narrado por el propio muerto, que irá contando lo que ve dentro de la piscina. Confundirá las hojas caídas de los árboles en otoño que flotan a su alrededor con palomas volando en el cielo, etc…




…et tous nous amours.

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