En una escena del documental de Sam Jones
I am trying to break your heart un directivo de Warner pregunta a Jeff Tweedy cómo será
Yankee Hotel Foxtrot, el disco que Wilco estaban grabando en esos momentos y que nadie de la discográfica había escuchado aún. Jeff, entre tímido y confuso, contesta rascándose la cabeza: “suena como si hiciésemos agujeros en las canciones.” Los directivos de Warner y demás gente presente se ríen, tomándolo como una broma o una excentricidad del cantante, pero lo cierto es que la frase sirve perfectamente para definir el rumbo que la música de Wilco estaba tomando y que se materializaría en sus dos siguientes discos de estudio: el nombrado Yankee (2002) y
A ghost is born (2004), muestras de la síntesis entre vanguardia y tradición que Wilco proponen a día de hoy y que les convierte seguramente en la mejor banda de rock del momento.
Agujerear las canciones es romperlas, es introducir en ellas elementos ajenos a la música que impiden que fluya con naturalidad; es, en definitiva, desautomatizarlas. Wilco emplean elementos que pueden resultar desagradables al oído, sobre todo ruido que perfora las canciones, las hace extrañas y difíciles de escuchar. Por lo que podemos ver en el documental, el método de trabajo de la banda consistía en, sobre una canción acústica previamente compuesta por Jeff Tweedy, aplicar todo un magma de sonidos, desde agresivas guitarras eléctricas hasta samplers de antiguos programas de radio de onda corta, con el fin de enrarecerla. Conviene tener en cuenta que los orígenes de Wilco se encuentran en el country rock y en una música con profundas raíces en la tradición norteamericana, si a esto añadimos el innato talento de Tweedy para componer amargas melodías pop (lo que le convierte en heredero directo de grupos como los Beatles o
Big Star, una de las referencias personales de la banda), nos encontramos con unos presupuestos clasicistas que van siendo deconstruidos intencionadamente: en una canción sencilla, de melodía cristalina, estalla de repente una tormenta de ruido, interferencias que impiden escuchar con claridad esa melodía, como un agujero en medio de un hermoso paisaje. De este modo Wilco van destruyendo componentes tradicionales de la canción, como los conceptos de melodía y de armonía, y huyendo de cualquier tópico frecuente en la composición (pienso ahora en la extrañamente adictiva
I am trying to break your heart, una canción de estructura rara, que parece que está empezando todo el tiempo), para finalmente hacer temblar los estamentos sobre los que se asienta buena parte de la música (pop).
Si aceptamos la premisa de que la introducción del ruido en la música es un paso similar al del hallazgo en pintura de la abstracción frente a la figuración, la música de Wilco podría compararse con los mejores cuadros de
Francis Bacon: un retrato naturalista en el que se introduce la abstracción sólo en puntos determinados, como medio expresionista para transmitir un sentimiento más allá de la mera figuración (un retrato de Velázquez que se deforma de repente convirtiéndose en una metáfora del horror y la soledad del ser humano).
Porque ése es probablemente el gran mérito de la música de Wilco: la música
atonal y compositores dodecafónicos (de los cuales no tengo ni idea) y en el rock bandas como
The Velvet Underground y sobre todo la escuela de
Neil Young, con
Sonic Youth a la cabeza, ya usaron el ruido como un elemento más. Lo que Wilco hacen frente a este panorama es saber administrar inteligentemente las dosis de ruido, los agujeros, y utilizarlas sólo en determinados momentos en los que el contexto lo exige, convertir estos elementos abstractos en un significante más de la canción. Así por ejemplo en
Yankee Hotel Foxtrot el ruido que entorpece las canciones a modo de “interferencias” se encuentra justificado en un disco que trata principalmente de la incomunicación, de las dificultades de comprensión entre las personas y el sentimiento de soledad en un mar de ruidos que no significan nada. En una canción como
Spiders, de
A ghost is born, el ritmo monótono y machacón parece una ilustración de la obsesión del cantante, que no cesa de repetirse a sí mismo en una especie de trance “It’s good to be alone, it’s good to be alone”, mientras las guitarras tejen un claustrofóbico laberinto de telarañas. O
At least that’s what you said, canción sobre la que ya escribí
hace tiempo, donde una tormenta de guitarras eléctricas sirve para concluir una pelea en una relación amorosa que parece acabar rompiéndose.
Pero quizá al final esto sólo sean elucubraciones teóricas y el verdadero valor de la música de Wilco se encuentre simplemente en esa capacidad antes referida para transmitir canciones de una honesta melancolía, de una desnudez sentimental que hace difícil no sentirse identificado con aquello de lo que están hablando.
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