Ay los Oscars, esos odiosos premios. Ninguna persona que se tenga por medianamente culta les otorga crédito alguno: “Silvester Stallone tiene los mismos Oscars que Orson Welles”, dicen, y esta razón parece aniquilar cualquier posible prestigio. Y sin embargo, todos los años estamos pendientes de lo que ocurre, más que nada para criticar (“¿Cómo puede ser que le den diez Oscars a
Titanic? Vaya mierda de premios…”). Pero cuando gana alguna película que nos ha gustado cómo disfrutamos sacando pecho, recordándolo continuamente: “Te dije que
Crash era un peliculón, se merecía el Oscar”. (¿Pero no eran una mierda de premios? ¿Por qué merece ganarlos una peli buena?).
Rosebud nuestros cojonesEste año la frase más repetida en los ambientes LososcarssonunamierdaporquenuncaganaLarsVonTrier es la de “qué irónico que Scorsese haya ganado con una peli menor como Infiltrados y no con
Toro Salvaje o Taxi Driver o Casino…” Y bien, cierto es que el que en su día estas pelis clásicas no ganasen el Oscar puede verse como un error histórico similar al hecho de que ni Borges ni Kafka ni Pessoa ganasen el premio Nobel, pero también es cierto que Infiltrados, a la vista de su competencia, era perfectamente digna de llevarse el Oscar 2007. (Quiero decir, quienes argumentan que Infiltrados no merece el Oscar porque es una peli menor de Scorsese caen en una falacia lógica que sería tal que así: “Toro Salvaje es mejor película que Infiltrados; como Toro Salvaje nunca ganó el Oscar, Infiltrados no puede ganar nunca el Oscar.” Olvidando de este modo que los Oscars se dan cada año a las películas estrenadas ese año, y que lo único imposible lógicamente es que Toro Salvaje gane el Oscar a la mejor película de 2006.)
Queda entonces claro que soy de los que se han alegrado por el Oscar otorgado a Scorsese este año, y no sólo porque sea uno de mis directores favoritos de toda la vida, sino sobre todo porque
Infiltrados me parece a día de hoy una gran peli. Cuando salí del cine permanecí durante horas pensando en la película, inmerso en su ambiente asfixiante e impactado por su final (que, por cierto, ha disgustado a mucha gente por parecerles inverosímil; habrá que ver qué piensa esta gente de los finales de Shakespeare). Y cuando volví un poco en mí y fui capaz de emitir algún juicio lo único que me dije fue: el maestro está de vuelta (aunque luego tendría que haber matizado esta frase, porque para mí realmente nunca se había ido:
Gangs of New York y, sobre todo,
No Direction Home me siguen pareciendo obras maestras.)
Esto, sin embargo no me sucedió cuando vi a su competidora y gran favorita ( a posteriori gran derrotada) para la noche de los Oscars:
Babel. Cuando salí de esta película salí frío y me di cuenta de que, siendo una obra que remite directamente a los sentimientos, no había conseguido implicarme casi en ningún momento; no porque fuese una mala película, sino porque estuve en la sala de cine todo el tiempo con la impresión de ya haber visto esa historia. Me explico:
Babel es una buena película, pero aporta poco a quien ya haya visto
Amores Perros y
21 gramos. Alejandro González Iñárritu construyó estas tres películas sobre unas ideas básicas: la concepción fatalista de la existencia (tan mejicana por otro lado) y la casualidad como elemento crucial que conecta todas nuestras vidas y que sirve como motor de un destino trágico. Estas ideas, presentes en los tres filmes, en teoría deben servir para dar cohesión a la trilogía, a la vez que cada film individual debe intentar aportar algo al punto de vista de los otros dos. Pero sin embargo en la trilogía de Iñárritu estos elementos comunes son demasiando importantes a nivel individual, hasta el punto de que se convierten en los elementos vertebradores de cada film y, como consecuencia, a veces da la impresión de que estamos viendo la misma peli tres veces. Lo único novedoso de
Babel frente a sus dos hermanas es el situar las historias enlazadas en un contexto global y multilingüístico, una coartada casi evidente en estos tiempos en los que todo lo que huela a multicultural se toma por profundo y moderno y chachiguay.
Y sin embargo
Infiltrados me gusta por eso, porque parece todo el tiempo una historia que ya hemos visto, una historia típica de Scorsese: empezando por el tema, el mundo del hampa y la mafia; siguiendo por ese ritmo trepidante que tienen muchas de sus pelis, que hace que estés agarrado al asiento durante tres horas casi sin que te des cuenta; por la música, sí, otra vez los Rolling, otra vez los setenta; y terminando por ese personaje, Jack Nicholson, que tantas veces Martin ha tratado de dibujar, su último boceto era Bill el carnicero en
Gangs of NY, y que al final resulta ser la maldad y el exceso en estado puro, el mismísimo diablo.
Puede que sea contradictorio rechazar una película porque se parece demasiado a sus predecesoras y abrazar otra precisamente por lo mismo, pero eso es lo que ha tenido siempre el cine de Scorsese: que uno desea que no acaben sus pelis, por largas que sean, siempre queremos que haya algo más, que la historia continúe. Y con
Infiltrados esa historia, la historia de
Malas Calles, de
Uno de los nuestros, de
Casino, continúa.
Etiquetas: cine, Infiltrados, scorsese