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Match Point

Hace ya dos semanas que vi Match Point la última de Woody Allen, y desde la misma noche que salí del cine llevo pensando en la peli y dudando si debía escribir algo sobre ella o no. Al final me he animado y he aquí algunas ideas algo desordenadas:



Para empezar, esta película debe ser motivo de sonrojo para todos aquellos que aún tienen ganas de minusvalorar la filmografía de Woody queriendo limitarla al género de comedia romántica-intelectual en el que tan bien se desenvuelve (la tópica afirmación de que “todas las películas de Woody Allen son iguales”). Match Point supone un nuevo rizo en su carrera en busca del drama más clásico. No se trata en realidad de algo realmente novedoso, ya que otras veces ha despojado a sus filmes de su inimitable humor (ya sea parcial, Delitos y faltas, o totalmente, Interiores), sino una clara muestra de sus recursos como director más allá del estilo que le ha hecho famoso, de su amor por el cine y su amplio conocimiento de los géneros. De este modo Match Point cuenta una historia de amor (la del típico triángulo) con trágico desenlace, con tintes de thriller y de cine negro de la época clásica, con unos pocos toques de humor negro e incluso alguna que otra escena de suspense solventada con un pulso que ni Hitchcock. Y todo envuelto en la desnudez de medios que tan bien ha sabido heredar de Bergman.


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Al director sueco había que llegar, porque no olvidemos que siempre ha sido uno de sus más admirados maestros y porque este es un drama eminentemente bergmaniano. De él aprendió el preciso (y precioso) estudio de la introspección humana, la delicada disección de los sentimientos de sus personajes más allá de la narración de una historia. Match Point es una película de personajes, de un personaje sobre todo, el argumento además de simplón es poco original: más de uno podrá encontrarlo insultantemente parecido al de una de las historias de Delitos y Faltas. ¿Y qué? La película se sostiene sin contar nada, lo importante es asistir al derribo moral de Chris, al lento proceso en el que lo vemos consumirse entre la prosperidad social y económica que le proporciona su esposa y la pasión carnal de su amante, Scarlett Johansson. Cuando Chris al fin toca fondo, la película deriva en una reflexión sobre la culpa: las referencias a Crimen y Castigo son constantes, pero a diferencia de Raskolnikov, que acaba confesando su crimen para aplacar su conciencia y lograr algo de paz interior, Chris decide guardar silencio. Esta decisión cobarde se debe más al temor a defraudar al nuevo orden que le ha aceptado, el de la alta sociedad londinense, que al deseo de no ser ajusticiado. Porque éste será a la vez el mayor castigo de Chris, el escapar impune a su crimen, el tener que vivir el resto de su vida sin haber pagado por sus actos: el final del filme nos muestra a Chris en su casa con toda la familia, en una supuesta escena de felicidad, pero un primer plano de su rostro enseña sus ojos completamente ennegrecidos, como si no tuviera visión del mundo más allá de su propio interior, como si ya estuviera muerto. Poco antes hemos asistido a otra turbadora imagen: cuando los dos fantasmas vuelven en la noche para pedirle cuentas (recurso medio fantástico que Woody Allen ya ha utilizado alguna vez, Desmontando a Harry o Historias de Nueva York, pero que despojado de humor en esta ocasión y revestido de cierta gravedad, me ha recordado a Shakespeare, casi nada) y Chris profiere la conclusión última de la película: la demostración de que, si puede escapar sin castigo por su horrible crimen, no existen ni la justicia ni la moral, el mundo carece de sentido.

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